UNA EXPERIENCIA DE FE Y AMOR
Caminar por Haití es encontrarse con una realidad dura, dramática, difícil de imaginarse en pleno siglo XXI . En Haití se carece de todo: alimentación adecuada, agua potable, salud, espacios limpios que no contaminen la poca agua que recolectan de alguna fuente (cuando la hay, si es que llueve) falta de energía eléctrica, de calles pavimentadas, de carreteras; infraestructuras deficientes y precarias, los lugares para vivir, en su gran mayoría en carpas carecen de privacidad y de las mínimas condiciones adecuadas para soportar las inclemencias del tiempo. Y qué decir de la educación, la gran mayoría de los niños no tienen acceso a ella ya que los centros educativos existentes cobran una pensión, esto y mucho más se vive en Haití, las palabras quedan cortas frente a esta dolorosa realidad donde la vida clama y nos llama a la Vida Religiosa a dar respuestas audaces y liberadoras, donde se trabaje en defensa de la vida, de los derechos humanos y de la justicia, desde una presencia cercana, solidaria y participativa.
En este lugar de esperanzas y de sufrimiento se encarna, con entusiasmo misionero y con valentía profética la CIM (Comunidad Intercongregacional Misionera) entre ella nuestra Hna. Clemencia Rodríguez, aquí se encuentran actualmente estas cinco hermanas, apasionadas por Cristo y los hermanos de Haití, insertas en este pueblo hermano, acompañando en los campamentos a mujeres, niños, jóvenes, enfermos, refugiados …compartiendo junto a ellos su dolor, pero también sus esperanzas y sueños, porque estos no mueren mientras hay vida.
Doy gracias a Dios por las experiencias vividas con la Comunidad de Haití y por el testimonio de vida fraterna que allí se vive, una vez más me convenzo que es el Espíritu de Dios el que nos UNE, en medio de la diversidad de dones y de carismas y hace nueva todas las cosas, convirtiéndonos en SIGNOS DE VIDA Y en una luz de esperanza profética.
Narcisa Bravo M.
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